11 de diciembre de 2006

De antología


Cuando empezaba a sonar el último tema, luego de presentar a cada uno de los músicos con una introducción propia de los grandes artistas, el que oficiaba de maestro de ceremonia y cantó toda la noche, dijo que él era el que desafinaba.

Sin embargo, a esa altura y tras dos horas de un recital que pasó por todos los estados de ánimos, menos por el de la decepción, al publico le pareció una más de las humildades que sólo los grandes tienen.

Joaquín Sabina por encima de los tópicos propios del calificativo, es un jugador urbano. Intérprete y autor, cronista social de las miserias humanas y corresponsal callejero. Sabina es el puente entre la rebeldía y la canción del autor. Pero ante todo, es un poeta y el amor es el tópico más presente en sus temas.

Y eligió para cerrar un excelente show el tema que le había dado comienzo al recital (aunque de manera instrumental) y tal vez uno de los más famosos entre su extensa lista de clásicos. Pero a esa hora no nos dieron las diez... sino dos horas con canciones que encuentran las palabras justas para contar crónicas tristes, muerte con rimas consonantes, historias de sexo, adjetivos inspirados y posesivos, que arañan los corazones... y además, son su especialidad. Sabina es un nostálgico por naturaleza, y eso es lo que enamora a su público.

Para el público presente no desafinó con la voz ya que cantó con el alma.

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